¿Recuerdas esos momentos dulces en brazos de tu madre cuando te sentías reconfortado, cuando sus manos acariciaban tu pelo y lentamente te llenaba la cara de besos?  ¿Recuerdas qué seguro te sentías?

Allí no había fuerza que pudiera amenazarte, estabas acogido y protegido por la Tierra misma, su calor, su textura, sus susurros eran invocaciones inexplicables, misteriosas y profundamente bellas.

Fue allí donde la ternura realizó su tarea, su inconmensurable tarea de hacer que cada célula, que cada rincón de tu cuerpo, aprendiese a sentirse seguro, a sentir que este mundo es tu hogar.  Fue allí donde le enseñó a tu piel a descubrir los placeres del viento, los besos de la lluvia y el embrujo de las distintas caras del sol.

La Ternura nos predispone a las caricias, a la expresión de nuestro amor y también a proteger dulcemente lo que amamos.  Cuando danzamos con ella, canalizamos poderes primordiales que nos enseñan a ser parte de un todo misterioso.   Ella nos permite experimentar la fuerza vital de nuestra pertenencia a la vida, y la bullente energía de ser amados, de ser simplemente parte de algo mayor y de estar constituidos por ello.

Un niño privado de ternura es un niño privado del hogar universal, privado de la seguridad vital.  Ese niño, si no la aprende más tarde en la vida, corre el riesgo de vivir en el desapego y en la ausencia de un lugar compartido.   Sin conocerla, su cuerpo no reconocerá el abrazo que funde, su piel no identificará el calor de la acogida y sus besos naufragaran en aguas ceremoniales. La soledad lo rondará incluso en presencia de otros y le dirá que no merece ser amado.

La ternura no está limitada a nuestras relaciones con otros humanos. Ella se alimenta en nuestras relaciones con lo no-humano también.  Es más, allí se agranda, allí descubrimos lo que nos importa y en su embrujo sentimos el asomo de nuestro don.

¿O no has sentido la ternura de la brisa?, ¿O la ternura de la arena en tus pies o la luz de la luna jugando en el pelo de tus hijos?

La ternura es también impulso prodigioso que nos posibilita ciertas conversaciones de gran importancia.  Es precisamente en el espacio de seguridad que ella crea donde podemos tener las conversaciones más íntimas, más trascendentes, más sanadoras.

Cuando recibimos ternura sabemos que somos amados, cuando la entregamos sabemos que podemos amar.   Allí podemos mencionar lo que de otro modo sería innombrable, pedir la ayuda que necesitamos desesperadamente, abrir el alma al amigo, escucharlo en paz.

La ternura es un regalo que nos ha hecho Dios.  Es un soplo vital, una manifestación de nuestra mutua permanencia.  Es una ofrenda, una luz maravillosa en medio del misterio de la vida.  Es una fuerza central, una manifestación universal, un mensaje eterno.

Mira a tu alrededor, re-descubre la dulzura de la piel de las manos de tu hijo, la magia de los árboles, del mar, de la montaña y déjalos que te acaricien; recuerda que esa ternura viene de más allá de todos los tiempos.

(Adaptación)